La larga etapa de la infancia de los seres humanos hace imprescindible una prolongada atención de los progenitores hacia los menores, hasta que estos alcanzan la autonomía personal. Pero esa larga dependencia, además de motivar la protección, permite que se genere una interdependencia social, a través de la cual se asimila la culturización de la sociedad.
La subsistencia del ser humano requiere que coopere con otros. Al relacionarse en sociedad, aprende a percibir el entorno de determinada manera, a comprender lenguajes complejos que empleará para comunicar la presencia de alimentos, peligro, amistad, interés sexual…, y que le servirán para los propios procesos de aprendizaje. De la misma forma, los espacios y nuestra relación con ellos se rigen por ciertos lenguajes que hemos de saber identificar y comprender.
Todos estos son factores que deben estar presentes en la documentación de la planificación de nuestros hábitats; es la lectura que se muestra descrita en nuestros lugares y objetos, que se prolonga en cada etapa y actividad que ejercemos.
La conformación anatómica moderna del ser humano aparece reflejada en descubrimientos correspondientes al Auriñaciense, hace unos 35.000 años. Los inicios de la culturización, sin embargo, aparecen mucho después. Se remontan al Paleolítico, pero es durante el Neolítico (6000 a.n.e.) cuando se alcanza un nivel de organización de la vida social más complejo.
La culturización permitió a los humanos alcanzar una manera de ser y de existir propia y diferenciada de la de otras especies. Esta es, por tanto, una herencia social, no biológica; y este hecho es lo que hace posible que personas por todo el mundo tengan hábitos y deseos diferenciados.
Con la vida social nacen los primeros núcleos poblacionales y se inicia el proceso de organización de las construcciones, destinadas a proporcionar protección y a facilitar el ejercicio de distintas actividades a lo largo de toda la geografía. La domesticación de la naturaleza, la adoración panteísta, la fertilidad, la equitación, las inscripciones pétreas, etc., son manifestaciones que van diferenciando la evolución y el modo de vida de los pobladores de cada enclave. Y la convivencia en los recintos siempre nos descubre nuevas sorpresas que prolongan las etapas de aprendizaje hasta el último aliento.
Esta posibilidad de culturización sucede con las diferencias personalizadas y permite que el género humano sea un recurso natural renovable: “La humanidad es una unidad diversificada: diversificada en pueblos e individuos” (en El hombre, recurso natural renovable, de Marco Aurelio Vila, geógrafo venezolano, Barcelona, 1908-2001). Porque, con cada nueva generación, se van sucediendo transformaciones, y la vida de cada persona adquiere peculiaridades únicas.
Como mencionábamos anteriormente, la culturización comienza en el Paleolítico, donde alcanza un elevado grado de simbolismo. Sus formas de expresión se manifiestan a través del leguaje oral y escrito, y también mediante las formas artísticas y la organización espacial de la vida, el trabajo y el ocio en espacios interiores.
El desarrollo cultural hace posible establecer el proceso histórico que nos acompaña en nuestro mismo ser, porque ningún otro animal puede tener conciencia del tiempo y del espacio. Esto es lo que permite que los humanos, a lo largo de su evolución, no tengan que iniciar la construcción de su medio, de sus moradas, desde cero, sino que ya asumen la tradición del uso de objetos y conocimientos de sus antepasados, procurando adaptarlos en cada etapa. De este modo, es posible seguir la evolución permanente de los humanos, que, con el tiempo, van cambiando y perfeccionándose, de la misma manera que evoluciona la forma en la que configuran sus lugares de uso y se relacionan con los fenómenos físicos, las tecnologías, etc.
En los últimos miles de años no ha sido posible determinar con precisión cambios biológicos o anatómicos concretos en las personas. Sin embargo, los cambios en las relaciones culturales han sido realmente notables en los últimos 250 años. Los cambios educativos, sociales y científicos se desarrollan, expanden y aplican a gran velocidad: el comportamiento de la luz (Newton), las ondas electromagnéticas (Maxwel y Hertz), la teoría de la evolución (Darwin), la teoría de la relatividad (Einstein), la mecánica cuantica (Plank), etc.
Los grandes avances nos conducen a nuevos estilos de vida y nos permiten participar en sociedad, desarrollar capacidades lingüísticas y espaciales y demás conceptos que incrementan con mayor fuerza la intensidad cultural y la aportación a la vida social. Todo lo que construimos para el mayor confort actual es posible gracias a los eventos del pasado. Nada es casual, nada es totalmente nuevo, nada existe sin pasado; y esto es motivo suficiente para asumir un compromiso con nuestro entorno natural y con las arquitecturas, que nos muestran los nuevos caminos hacia el futuro y las vías por las que, desde el pasado, hemos llegado al presente, conviviendo en el interior de distintas arquitecturas.