La percepción del color es una facultad de los seres humanos videntes. Gracias a ella aprendemos a identificar los motivos del entorno que nos rodea y a observar las particularidades contenidas a lo largo de nuestro espacio: planos, volúmenes y matices.
Todas las geometrías se observan mediante una reacción física de nuestro sistema binocular, gracias a estímulos que sensibilizan la retina. A través del nervio óptico, dichos estímulos pasan por los núcleos geniculados y llegan hasta los centros del tronco del encéfalo, haciendo sinapsis en los culículos o en el hipotálamo. Desde el colículo superior del cerebro medio, también se activan los movimientos de los ojos, la cabeza y el cuello, respondiendo a la estimulación visual de forma subconsciente. Cuando pasan por el núcleo supraquiasmático del hipotálamo y las células endocrinas situadas en la glándula pineal, también activan otros núcleos troncoencefálicos para producir una actividad diaria que relaciona el ciclo día-noche (ritmo circadiano), regulando distintas funciones metabólicas: función endocrina, sueño-vigilia, presión arterial, actividad digestiva y diversos cursos fisiológicos. Es la actividad de la vida desde la respuesta endógena.
Mediante estos procesos, establecemos experiencias educativas, preferencias, convicciones, aversiones… que asociamos con distintas colorimetrías. Esto es fácil de observar cuando se escogen determinados colores o combinaciones de los mismos para la identificación de emblemas políticos, ideológicos, culturales… Se aprecia, en general, en la elección de colores asociada a actividades de todo tipo. También, por supuesto, de forma primordial, la aplicación del color adquiere una gran importancia en la configuración de los espacios interiores.
Como vemos, la determinación colorimétrica es un tema complejo. Para alcanzar una mayor comprensión del proceso, entramos en los campos de la Física y nos informamos sobre el modo en el que se producen los colores, sobre los sistemas de composición percibidos por el ojo y sus matices y también sobre cuáles son las limitaciones de las personas para poder determinar una longitud de onda (un color) o un espectro que las estimule visualmente.
Tales complejidades limitan el manejo de modelos visuales, a veces por desprecio de sus valores y casi siempre por un verdadero desconocimiento de los factores a considerar y de sus resultados. Esta es la razón de la lúgubre arquitectura que llena las avenidas y los recorridos rurales con creaciones tópicas y tenebrosas, convertidas, a veces, en recuerdos de proyectistas “lumbreras” para ser admirados por ellos mismos y por sus “coros” de justificación corporativa. Así es el ambiente general que apreciamos cotidianamente en las arquitecturas de recuerdo poco ejemplar del siglo XX.
Debido a las carencias de conocimientos sobre las cualidades cromáticas, en todos los ámbitos de la práctica de las arquitecturas se ha asentado un criterio bien simplista. Encontramos muchas profesionales y particulares que habitualmente sugieren aplicaciones de colorines. A pesar de que dichas aplicaciones se justifican tan solo por meros criterios subjetivos, estas personas las aplican como si se tratasen de propuestas objetivas, válidas para cualquier solución de uso, función o concepto de armonía y comunicación visual espacial. Pero no tienen en consideración los factores de composición arquitectónica necesarios para procurar el equilibrio óptico de los objetos y los recintos, que estimularán distintos aspectos del aprendizaje y el disfrute de las personas a través de la observación visual.
Para la actividad proyectual de la arquitectura interior es imprescindible tener conocimientos sobre la actividad fisiológica o la capacidad perceptiva de las personas usuarias, así como sobre el comportamiento de la luz en cada punto del espacio observado. Queremos decir, una vez más, que la arquitectura interior se ha de ponderar con parámetros de armonía en todo el conjunto de la unidad espacial. Por un lado, el contenedor no puede disgregarse de los volúmenes que contienen. Es importante la forma en su conjunto. Se ha de buscar la armonía entre todos los elementos del ambiente, pues de ello depende el éxito del resultado final. Por otro lado, cualquier espacio ha de poder ser observado con criterios objetivos. La no observación de estos criterios solo contribuye a incrementar la contaminación del mundo perceptivo.
A este respecto, James Marston Fitch afirma lo siguiente:
El arte y la arquitectura, como el hombre mismo, están sumergidos totalmente en un ambiente. Nunca pueden sentirse, ni percibirse, ni experimentarse en algo que no sea la totalidad multidimensional. Un cambio en un aspecto o cualidad del ambiente afecta inevitablemente a nuestra percepción de la parte restante, lo mismo que a la respuesta que damos. La significación primaria de una pintura puede ser en realidad visual, o acústica la de un concierto; pero la percepción de estas formas de arte ocurre en una situación de totalidad empírica.
[…] Lejos de basarse débilmente en un solo sentido como el de la visión, la arquitectura, en su estética, se deriva de la respuesta total del organismo y de la percepción que este tiene de su ambiente físico. En sentido estricto de la palabra, es imposible experimentar la arquitectura de un modo “más simple”. En la arquitectura no hay participantes. El conjunto de la crítica de la arquitectura que pretende otra cosa se basa en fotografías de edificios y absolutamente en ninguna exposición real a la arquitectura.
(Bases empíricas de la decisión estética. Psicología Ambiental, 1978).
Para entender el cromatismo que observamos, hemos de tener presente el contexto en el que lo percibimos, puesto que es poco adecuado hacer una valoración de un mismo color en ámbitos de aplicación tan diversos como las propias actividades y usos de las personas. La aplicación de un mismo color en distintos objetivos, como la publicidad, la señaléctica, los objetos cotidianos, el estilismo habitable, la simbología… puede convertirse en un auténtico disparate, por carencia de idoneidad, debido al riesgo de resultar poco adecuado para el fin deseado. La presencia de determinados cromatismos mal escogidos puede, incluso, llegar a producir rechazo u hostilidad.
Según todo lo apuntado hasta ahora, no se debe recomendar una aplicación de colores que se haya determinado al margen de las experiencias y convicciones de quienes los van a observar o van a convivir con ellos, aceptándolos o sufriéndolos pasivamente. Sin embargo, esto se da habitualmente entre las mismas profesionales, como consecuencia de cadenas de decisiones poco documentadas en el campo del cromatismo visual, debido al desinterés o al menosprecio por este factor generalmente desconocido.
Ningún color cumple una función nula en nuestros espacios. Para establecer el color apropiado para cada ocasión hay que considerar la composición física de frecuencias luminosas, el sistema de mezcla sustractiva (luz), la mezcla aditiva (mezcla de pigmentos), el sistema de partición (observación por mezcla óptica) y los diversos sistemas combinados, que solo se podrán ponderar si se conocen los factores resultantes de sus matices y su saturación. Es decir, hay que conocer el modo y la respuesta óptica a la luz, los pigmentos y sus combinaciones, así como las técnicas y sistemas de composición además de tener una capacidad de observación descriptiva del espacio. Sin estos fundamentos, y siempre sabiendo interpretar las demandas y deseos de quienes van a observar y vivir los resultados, no se podrán resolver adecuadamente las necesidades cromáticas de un nicho arquitectónico. Otros “juegos de colores” eventuales pueden resultar divertidos a quién los práctica, pero su resultado siempre será inestable o, al menos, carecerá de una coherencia espacial.
A estas alturas, con los avances de la cultura, la ciencia y la técnica y el descubrimiento de las capacidades de observación y respuesta de la acción humana, es bueno que las personas profesionales de la arquitectura interior, empeñadas en la resolución de los espacios humanos, se comprometan a integrar el estudio de las soluciones cromáticas en la investigación de los nichos de trabajo, diversión y convivencia humana con mayor empeño y rigor, para que en el hábitat pueda discurrir un nuevo lenguaje de aproximación al confort social.