El papel de las instituciones en los espacios para mayores

Por Arquintro
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Los grupos sociales con menor capacidad de autonomía en el espacio, por limitaciones de movilidad u otras circunstancias personales, demandan lugares creados con unas previsiones y tratamiento específicos. Si bien la adaptación a las necesidades y características de las personas que lo van a usar ha de ser la norma en la planificación de cualquier espacio, esto se vuelve especialmente importante en los casos de aquellas que, dadas sus mayores limitaciones, requieren atenciones espaciales específicas que son ineludibles.

Esta demanda tiene ya un largo recorrido por parte de mucha gente y muchas familias que ven su vida dificultada cuando se desenvuelve en espacios que no están planificados ni equipados para atender sus necesidades. A pesar de ello, tras muchos años procurando superar estas deficiencias sociales, lo cierto es que aún hoy en día no se afrontan decididamente: ni con una previsión formativa general, ni con dotaciones financieras, ni con la especialización de los profesionales que han de actuar directamente en su aplicación. No obstante, también es evidente que se van produciendo ciertos avances, aunque estos son muy lentos y, con demasiada frecuencia, sufren retrocesos y vuelven al pasado.

La Asamblea General de la ONU ha estado convocando encuentros para dar solución a los problemas que dificultan a las personas mayores el ejercicio de una vida digna desde el año 1982.

En dicha fecha se convocó la primera Asamblea General Mundial sobre Envejecimiento, en la que se elaboró un informe con 62 puntos, conocido como el Plan de Acción Internacional de Viena sobre el Envejecimiento. En los acuerdos de esta asamblea, se hizo un llamamiento para que se llevaran a cabo acciones específicas en factores como la salud y la nutrición, la protección de los consumidores de mayor edad, la vivienda y el medio ambiente, la familia, el bienestar social, la educación y la compilación y el análisis de datos de investigaciones.

En la celebrada posteriormente, en diciembre de 1991, se exhortó a los gobiernos a que incorporasen estos principios en sus programas, cuando “fuera posible” (resolución 46/91, de 16 de diciembre). A continuación, algunos de sus enunciados:

Independencia: tener acceso a alimentación, agua y vivienda.

Participación: permanecer integradas en la sociedad, participar activamente en la formulación y la aplicación de las políticas que afecten directamente a su bienestar y poder compartir sus conocimientos y habilidades con las generaciones más jóvenes.

Cuidados: respetar plenamente su dignidad, creencias, necesidades e intimidad.

Autorrealización: poder aprovechar las oportunidades para desarrollar plenamente su potencial.

Dignidad: recibir un trato digno, independientemente de la edad, sexo, raza o procedencia étnica, discapacidad u otras condiciones, que han de ser valoradas independientemente de su contribución económica.

Tras leer estos enunciados tenemos materia suficiente para justificar cierta racionalidad en la programación y las inversiones de los ministerios responsables de la habitabilidad de los lugares públicos y privados. Efectivamente, los informes y acuerdos intencionales ya disponibles desde mediados del siglo pasado podrían haber permitido que contásemos con una legislación precisa, e incluso que los profesionales hubieran acumulado una mediana experiencia en el tema para poder darle cumplimiento con mayor precisión. También se podría haber mejorado el espíritu de las normas técnicas y tecnológicas relacionadas.

Efectivamente, en cada Estado, el desarrollo de la habitabilidad depende de la gestión de los ministerios, las corporaciones locales, etc.; de todo el entramado normalizador y de inspección que, con frecuencia, se mueve por presiones de lobbies, decisiones “lumbreras” de políticos obtusos, comportamientos corporativos… Todo siempre ajeno a la sociedad, por mucho que se impregne de soluciones lo que no son sino paternalismos nocivos.

No obstante, siempre puede encontrarse, de forma excepcional, algún municipio que sorprenda con una ordenación ejemplar de sus espacios: los urbanos, los locales públicos y privados, los lugares de trabajo…, siendo un estímulo para que las vecinas cuiden de la inmediatez arquitectónica que les acompaña para elevar la calidad de vida de la gente local y visitante.

Es muy positivo que se vaya avanzando desde las instituciones -aunque solo sea para cumplir con los formalismos comprometidos en las campañas electorales-, a la vez que se marcan limitaciones y responsabilidades proyectuales para las clases técnicas; porque los oficios manuales de la construcción ya van sin atención ni rumbo. Queremos decir que las profesiones, en particular las técnicas, tienen competencias y atribuciones en el ámbito de sus campos, pero estas no son infinitas, por lo que también existen unas limitaciones para dichas profesiones, que empiezan y terminan en los márgenes de sus propias competencias de formación y aprendizaje, que suelen corresponderse con los principios contenidos en el currículo académico de cada especialidad.

Las frecuentes actitudes excesivas de profesionales facultativas e instituciones conducen a que tengamos que estar sufriendo las ciudades y los edificios inhóspitos que generalmente ocupan la edificabilidad de un modo impersonal y enfermizo. Se acometen con proyectos y servicios técnicos de poca urbanidad y, no obstnte, se aceptan como parte de la vida social, como hecho consumado, en lugar de provocar actitudes de rechazo que los denuncien como atentados contra la armonía de la vida y del espacio habitable.

Estas actitudes, junto a la desatención práctica, hacen que muchas personas mayores sean expulsadas de sus propias casas, del ambiente emocional de la familia y de los lugares y las cosas que fueron tomando el carácter de su misma vida. En muchos casos, las personas mayores son desahuciadas por sus mismas familias o por sus condiciones económicas. En otros casos, estas personas no son mejor cuidadas en el ambiente de su propio hogar, sino que hacen vidas aisladas y mal atendidas en cuartos hostiles de soledad.

Es muy poca la gente que, habiendo perdido autonomía en lo referente a su movilidad, puede intervenir en las decisiones relativas a un asunto tan importante en su vida diaria como es la configuración de su lugar de residencia. Muchas veces se desconoce la importancia que tiene su conexión con la realidad social y, en general, no se tiene interés por la sensibilidad de los mayores; resulta más fácil desautorizarlos o evitar que tomen decisiones.

También sucede que el espacio que ocupan algunas personas mayores ya tiene un destino para el mañana inmediato. Pero siempre estimula la sonrisa observar las excepcionales y creativas mentes maduras marcando pautas y renovando ideas brillantes, porque “…hasta el último suspiro, quedan muchas cosas por soñar. Y nunca quiero dejar de aprender”. (Carlos Crespo: Conversación con Miguel Ríos. La Voz de Galicia, 15 de julio 2022). Esta reflexión de Miguel Ríos sugiere que el universo habitacional es un estímulo para la reflexión, un colaborador activo para hacer las cosas y siempre una parte de nuestra integridad personal.

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