En 1982, el científico que fuera posteriormente galardonado con el Nobel de Química (2011), Daniel Shetchman, hizo un descubrimiento que revolucionaría la cristalografía. Mientras estudiaba aleaciones de aluminio y magnesio, encontró unos cristales cuyos átomos se encontraban ordenados de forma no periódica, es decir, con simetrías incompatibles con el orden periódico que caracteriza la materia cristalina. Se trata de materiales cuyos átomos están dispuestos como en un mosaico, con patrones que son regulares, pero que nunca se repiten de la misma forma. Shetchman, que estuvo estudiando su estructura en la década de 1980, afirma que dicha estructura hace a estos materiales valiosos para aplicaciones en distintos sectores industriales.
Después de mucha investigación y controversia, los cristalógrafos aceptaron finalmente que existía un nuevo tipo de organización de la materia presente en estos elementos específicos a los que llamaron cuasicristales. Pero, durante algún tiempo, los únicos cuasicristales que se conocieron eran sintéticos (de hecho, ya se han sintetizado numerosos cuasicristales con el objeto de estudiar sus estructuras y sus propiedades) o habían sido localizados en rocas extraterrestres. Y, desde su descubrimiento, los científicos se preguntaban si esa era la única forma de obtenerlos o si, por contra, también era posible encontrarlos de forma natural en la Tierra.
Con el fin de averiguarlo, el geólogo italiano Luca Bindi y su grupo de investigadores de la Universidad de Florencia (Italia) comenzaron la búsqueda de minerales cuasicristalinos hasta que, tras varios años, finalmente lo encontraron. Este nuevo material surgió a raíz de la caída de un rayo en una línea eléctrica localizada en las dunas de arena de Sand Hills, en Nebraska (EE. UU.). El hallazgo también contó con la colaboración de investigadores de la Universidad de Princeton, Caltech y la Universidad del Sur de Florida y se publicó recientemente en ‘PNAS’.
Según Blind, la muestra analizada «se formó probablemente por la fusión de arena y material procedente de un tendido eléctrico impactado por una potente descarga de rayo. La presencia de vidrio de sílice sugiere que alcanzó temperaturas de al menos 1710 °C y las investigaciones realizadas en el Centro de Cristalografía Estructural de la Universidad confirmaron que el cuasicristal tiene una simetría dodecagonal prohibida por la cristalografía periódica y una composición no documentada previamente». «Estos datos -concluye Bindi-, sugieren en qué direcciones podría ir la búsqueda de otros cuasicristales y proporcionan más elementos para desarrollar tecnologías capaces de sintetizarlos».