El diálogo del espacio con quienes lo habitan

Por Arquintro
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No deja de resultar llamativo que, a principios del siglo XXI, en un momento caracterizado por grandes avances tecnológicos, el acceso a una vivienda “digna” todavía sea un problema universal. Y no solo eso; a estas alturas ya debería estar normalizada la idea de la necesidad de la vivienda personalizada, adaptada a los deseos y necesidades de sus moradores y proyectada para favorecer su buena salud. Y es que ambos conceptos están imbricados, puesto que la dignidad de las viviendas no es tal si estas no se “aproximan” a las necesidades y demandas individuales y comunes de quienes las habitan. No existe dignidad en un hogar si su interior, e incluso sus espacios inmediatos de tránsito, son hostiles a la actividad natural de los órganos de los que depende nuestra salud. Esto es lo que define una vivienda digna, su adaptación al funcionamiento y las necesidades de las personas que van hacer uso del espacio. Se trata de un concepto recogido en textos de Naciones Unidas y en distintas Cartas Magnas de numerosos Estados como una necesidad proclamada para todos los espacios de habitabilidad humana.

Toda vivienda ha de organizarse racionalmente, con conocimiento de las exigencias de quienes la van a usar; es decir, no se trata de elaborar más o menos un conjunto de dibujos que resuelven muchas otras geometrías que no están verdaderamente objetivadas con sus condiciones adecuadas de habitabilidad. No hay que olvidar que el diseño de cualquier espacio puede facilitar o dificultar su lectura y su uso material, en lo referente a la vida familiar, laboral o social. Por tanto, han de programarse desde la observación de la intimidad y hábitos de vida de cada persona, sin olvidar su disponibilidad financiera (ya que muchas soluciones vienen limitadas por este factor, y siempre hay que tratar de encontrar la proyectación más adecuada adaptada al presupuesto disponible).

La permanencia del urbanismo, la edificación y las soluciones volumétricas de las calles y plazas puede ser justificada y aceptada a lo largo de años o siglos sin motivar su transformación, o incluso alcanzar un determinado valor cultural por distintas razones, como su composición plástica, enclave de referencia, etc. No obstante, los espacios para vivir y trabajar han de planificarse a partir de la observación de quienes los utilizan, puesto que la propia acción de su uso es la que determina cuáles han de ser sus dimensiones y cualidades ergonómicas. El ejercicio en los mismos lugares de distintas actividades, la evolución de la vida cotidiana o comercial que se vaya a dar en ellos son aspectos que determinan los límites de funcionamiento y las opciones apropiadas para un uso dinámico y satisfactorio de cada espacio.

La resolución de los espacios en su relación inmediata con las personas que conviven en ellos en el diálogo propio de cada escenario no es algo que se pueda dejar a opiniones o soluciones superficiales. Sin embargo, este modo de decidir opinador es una práctica demasiado frecuente en el ámbito proyectual arquitectónico, promovido por una gran masa social, habitualmente incluso dentro de los propios campos de la arquitectura (que parecen carecer de motivación más allá de lo que tantas veces llaman “estética”, al referirse a lo que no puede justificarse en lenguajes que motiven la arquitectura inmediata).

En torno al año 1830, Friedrich Hegel decía: Ahora bien, paralela al desarrollo de la arquitectura religiosa corre también la arquitectura civil, que desde su perspectiva repite y modifica el carácter de los edificios religiosos. Pero en la arquitectura civil el arte tiene todavía menos campo de acción, pues aquí fines más limitados con una multiplicidad de necesidades exigen una satisfacción más estricta y solo le reserva a la belleza el papel de un mero adorno. Aparte de la euritmia general de las formas y medidas, el arte no podrá principalmente mostrarse más que en la decoración de las fachadas, escaleras, escalinatas, ventanas, puertas, frontones, torres, etc. (Hegel, F. (1989) en Lecciones sobre la estética. La arquitectura civil de la Edad Media. Akal, p. 511).

Transcurridos casi 200 años desde su exposición, la aplicación de los nuevos métodos y conocimientos científicos parece quedar muy distante de los conceptos y criterios plasmados en estas lecciones. Buena parte de la arquitectura actual parece sostener aquella visión más ligada a las pautas de la observación plástica, en lugar de guiarse por la naturaleza propia de la arquitectura, que implica “interacción” y adaptación continua a los usos y usuarias a quienes va destinada.

Este modo de proceder en la arquitectura interior de nuestro tiempo da lugar a una larga crisis en la que proliferan viviendas, locales administrativos, comerciales, turísticos, hosteleros, etc., que son meros recintos de percepciones impersonales, más propios del almacenaje que del acompañamiento o el confort humano. Su tratamiento suele resultar en un catálogo expuesto de productos de construcción, adornismos y organización espacial plagados de chorradas carentes de cualquier justificación racional o criterio informado.

Si bien el modo de resolución de los siglos pasados no trataba de desarrollar una práctica operativa optimizada, ni de captar la imagen de la lectura inmediata de cada persona en su periespacio, hoy en día esta debe ser la premisa fundamental. Y si no se respetan estos principios, se condenan la iniciativa y los esfuerzos de inversión al fracaso: es la impulsión al fracaso de la vida. Dicha situación se acentúa en periodos de dificultades económicas, que aceleran la proliferación de tan reiteradas frustraciones emprendidas, aceptadas pasiva y resignadamente por las mayorías sociales, principalmente en las zonas periféricas.

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