Construyendo y transformando nuestro hábitat experimentamos momentos emocionales, se cumplen deseos para la pertenencia y posesión de los lugares que nos corresponden, ejercemos derechos de protección de nuestra salud, nuestra vida y nuestras familias. Pero además, en los espacios se producen operaciones de intercambio entre convivientes, se modifican las tareas y se posicionan comercialmente infinitos artículos que hacemos necesarios o que ofrece el sistema de consumo.
Los servicios propios de cada lugar, de cada territorio, también van siempre unidos a las diversas actividades de las personas moradoras y a su modo de hacer en cada recinto, con sugerencias que varían según el momento que se vive. En estas actividades, se establece un valor de uso material y dimensión cognitiva por parte de quienes experimentan las secuencias de la convivencia en cada espacio determinado.
La arquitectura es una labor colectiva de promoción, proyectación, ejecución y conservación. Preservar el entorno y convivir saludablemente con su transformación es un modo de revalorizar los espacios. Se puede incrementar la riqueza espiritual y material a través del potencial productivo humano para generar oportunidades, sin poner en riesgo las características naturales o creativas propias de la cadena evolutiva natural.
Atentados arquitectónicos contra la naturaleza y la historia
La conciencia para protegernos se fue incrementando con las etapas evolutivas del ser humano, como consecuencia de las nuevas necesidades que se le iban presentando. Pero son más notables los cambios producidos después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en aquellos años en los que se abrían nuevos horizontes para la ciencia, el arte y las tecnologías; horizontes que se intuían en los experimentos de los laboratorios y en los encuentros de los expertos, que abrían los caminos del futuro, pensando ya en las formas de hacer y vivir del siglo XXI.
Desde finales del siglo pasado, fue preciso llamar la atención sobre los atentados que se venían practicando contra la naturaleza y la historia, destacando la falta de interés por los valores arquitectónicos, que carecían de legislación o de actitudes institucionales preservadoras. Como excepciones, unos pocos centros o instituciones que estaban más avanzados en las observaciones intelectuales y materiales que acompañaban la carrera de la humanidad en pro del disfrute de la vida de las personas.
Necesidad de concienciación profesional
Precisamos llevar más allá las iniciativas de denuncia, en aras de mejorar las líneas de investigación tendentes a evitar el deterioro del medio por la mano humana. Los sectores correspondientes de la ciencia y la tecnología no deberían dejar de lado la formación de una conciencia solidaria en la sociedad.
Esta concienciación habría de centrarse, principalmente, en los profesionales vinculados a la arquitectura y en los responsables de las decisiones; sin olvidar a las manos ejecutoras, como una parte protagonista fundamental.
Se hace imprescindible generar posibilidades de reparación de los entornos y culturas afectados, y ello implica aprovechar todos los saberes para cambiar la trayectoria social en relación a la valoración y el cuidado del patrimonio de interés cultural.
La responsabilidad de dar solución material a estos problemas de deterioro recae en la ciencia, la técnica y las administraciones públicas, y nunca hay que olvidar la sensibilidad creativa de su elaboración en todas las etapas. Pero es necesario elevar la llamada de alarma hacia los problemas de conciencia y las motivaciones cognitivas que se vinculan al medio ambiente general y al mismo ambiente personal. Las promotoras de recintos interiores o de disfrute de grupos tendrán que adoptar compromisos que aún tienen un efecto poco apreciable, para que no sigan desapareciendo los recuerdos, sin dejar de avanzar en los nuevos descubrimientos habitacionales.
Estos campos de la arquitectura precisan ser evaluados desde una perspectiva técnica y psicosocial, porque implican la conciencia ambiental más íntima de las personas, que incluye los diversos factores de aprendizaje de soluciones para las mejores cualidades del medio. Los edificios y las actividades se posicionan como referentes de los lugares que se implantan, que nunca han de ser disgregados de su territorio.
Hay que estimular el interés por el conocimiento para enriquecer la conciencia de las personas, favoreciendo la dedicación especializada frente al “mangoneo” opinador de oficios “toderos” y las valoraciones vagas de la comunidad profana, que en nada resuelven y en todo eluden responsabilidades, minimizando con simpleza ámbitos que les son desconocidos a sus habilidades. Estos modos de hacer se han convertido en episodios frecuentes en los distintos ámbitos de la arquitectura, debido a una larga trayectoria de falta de atención de las administraciones educativas hacia las profesiones manuales que ejecutan las obras y el acondicionamiento de los espacios humanos.
«Nuestro cerebro responde a las emociones con hormonas y sustancias químicas que poseen un efecto psicológico inmediato»
Elsa Punset. Brújula para navegantes emocionales
La psicología está implícita en la formación de la conciencia ambiental para hacer posible la convivencia con el entorno, preservándolo y promoviendo su transformación de una forma sostenible y ajustada a las necesidades, que evite dejar comprometida la naturaleza y las generaciones del futuro. Es importante destacar que la resolución de este problema debemos abordarla ahora, pues podría resultar fatal relegarlo a las generaciones futuras, ya que, para muchas posibles soluciones, ya es demasiado tarde.
Todos los lugares previstos para los humanos adquieren y emiten su mensaje cognitivo, que se ha de ajustar a la sensibilidad usuaria de los habitantes de cada momento. Esto debe estar por encima del valor material de la construcción de cada mueble o pieza que lo compone, en la idea definida por María Febles como “el sistema de vivencias conocimientos y experiencias que el individuo utiliza activamente en su relación con el medio ambiente”. Porque aquí, en los lugares construidos, se forman y se transforman las personas mediante experiencias de emociones que producen una magnitud biológica.