El coste de la vivienda no debería ir en detrimento de su calidad. Es necesario garantizar el acceso a una vivienda para todos los bolsillos, sin que ello suponga la ausencia de unos criterios básicos de habitabilidad digna. El fin de la especulación y la buena praxis profesional contribuirían a optimizar un equilibrio entre ambos aspectos.
Las incertidumbres que afronta la mayoría de la población para el acceso a una vivienda “digna” suponen un problema mundial que contrasta con la proliferación de holdings y sociedades de capital dedicadas a la acumulación de patrimonio inmobiliario. Mientras los primeros ven la vivienda como una necesidad básica, los segundos la contemplan como un bien que les reporta grandes plusvalías: ya sea mediante la especulación, la explotación o el engorde de presupuestos en los que, en realidad, se minimizan los gastos.
Los edificios antiguos manifiestan las carencias propias de los sistemas y técnicas constructivos de cada época. En muchos casos, a dichas carencias propias del momento se suman el ensalzamiento de detalles ostentosos y la elección de enclaves sobrevalorados que solo siguen los intereses de los mercados especulativos. El resultado, huelga decirlo, es un producto caro y deficiente. Este hecho, todavía presente hoy en día, contrasta con la idea de quienes aspiran simplemente a tener un techo en el que refugiarse y al que les resulta difícil acceder: trabajan toda la vida para pagar una vivienda que muchas veces es un nido de insalubridad o infelicidad, sin que ni siquiera sean conscientes de ello.
De igual manera que antaño, la mayoría de los edificios actuales se proyectan para nadie. Con frecuencia, se observan planificaciones pensadas para habitantes vanidosos, realizadas por facultativos poco preocupados por la vida interior de las usuarias. Su arquitectura interior suele resolverse con las grandes series de mobiliario impersonal y con ocurrencias infinitas surgidas de mentes extravagantes; o a petición de la persona interesada, influenciada por tertulias ocasionales de opinadores ajenos al sector o por las indicaciones de determinados medios divulgadores de recurrentes ideas kitsch.
Ahora, además, esta insensibilidad frente a un problema social tan importante se refuerza con el uso de las últimas tecnologías para el hogar, que, sin quitar las ventajas de su uso apropiado, se van sumando en muchas ocasiones al montón de frivolidades de las que estos grupos se sirven como ganchos promocionales que poco o nada aportan a la mejora de la salud y el confort de los interiores. Muchas veces solo valen para aumentar los costos.
Si bien es cierto, por otro lado, que el incremento de los precios de los productos para la construcción y el acondicionamiento de los espacios interiores pone difícil la toma de decisiones a la hora de planificarlos con criterios técnicos acertados, también lo es que hace falta que el profesional que va a tomar dichas decisiones sepa hacer bien su trabajo. No obstante, en este sentido, la actual formación de los interioristas en España aún tiene mucho que mejorar.
El censo de profesionales de la arquitectura interior parece vivir bastante al margen de la prevención de la salud social, en relación con el hábitat. Sus pedagogías se nutren, en algunos casos, en escuelas que recurren al trampantojo, antes que a la formación sobre biónica y la concienciación sobre el impacto de los espacios en la calidad de vida de quienes los viven.
Todo lo mencionado confluye en un panorama habitacional caracterizado por precios elevados y arquitecturas ausentes de ergonomía. La pandemia hizo estremecer al mundo y se recurrió a la ciencia para contener y paliar sus efectos. Sin embargo, otras actividades relacionadas con la prevención de la salud y el bienestar no parece que hayan aprendido demasiado de aquella experiencia. Y así sucede con la acción proyectual de los espacios inmediatos de arquitectura, que no parece que haya avanzado mucho, a pesar de la cantidad de gente que sufrió el confinamiento y que tuvo que permanecer durante meses encerrado en casa. Probablemente, en una casa hecha para nadie.
Esta es, pues, una labor pendiente que el sector ha de adoptar por cuanto es definitiva a la hora de optimizar las dimensiones social y económica de nuestro hábitat inmediato. Porque no se trata solo de que todo el mundo tenga acceso a una vivienda; se trata de que puedan acceder a una vivienda digna.
La investigación no debe cesar, y ha de estar presente en las enseñanzas y la práctica profesional. La importancia del hábitat interior para la salud, el bienestar y la felicidad de las personas ha de ser la línea que guíe la práctica profesional. Y también se debe encontrar la manera de materializar esta realidad de forma que sea accesible para todo el mundo.